un pedo que quería oler bien. Lo máximo que habían logrado sus compañeros era no oler, pero lo que él quería conseguir era otra cosa. Pretendía salir silenciosamente y oler a rosas.
Los pedos, una vez salen de su animal, tienen la obligación de informar a los demás sobre cómo les ha ido el disparo. Tienen que mandar un mail para que los gases venideros aprendan de los cuescos ya expulsados. Los pedos normales quieren salir siempre de la forma más asquerosa pero Diarrei, no.
Los días fueron pasando y a Diarrei le llegaba el turno. El pobre chusquito estaba desesperado. Lloraba, pataleaba… ¡no quería gaseasquerosear! Cuando solo le quedaban dos pedillos delante, se desmayo. Sus colegas tuvieron que reanimarlo porqué aquel día el ser humano que lo hospedaba había comido fabada y le tocaba salir en breve. Cuando despertó ya divisaba el exterior. Se encogió para no hacer ruido, tal y como había aprendido de los demás, estiró la pierna hacia atrás para no venir con cola, cerró los ojos, se tapo la nariz por si olía mal y…
miércoles, 10 de octubre de 2007
martes, 17 de julio de 2007
Emilio Roca
un sanitario:
Hola mi nombre es Emilio Roca. Vivo en el barrio de Coslada, en la avenida Sanitarios número 21, 5º 2ª, la primera puerta a la derecha. Mi vida es un asco. La comida que me dan es repugnante, me despiertan a deshoras y mi única distracción es contar los granos que le van saliendo al humano de menor edad en el culo. Una situación humillante. Querría mudarme.
Mi primo, el Bañeras, dice que existe un lugar donde los humanos no existen. Un lugar donde cada uno de los lavabos tiene a su Pato WC personalizado que, cada cinco minutos, va refrescándole la boca, a modo de Smint, con sus chorritos verdes olor clorofila. Sueño cada día con ese lugar. Me encantaría poder viajar allí y salir a pasear. Me encanaría conocer a alguna lavaba con la que compartir mis penas pasadas y disfrutar de momentos inolvidables. Me encantaría…
Sé que eso no es posible. Tengo claro que mi futuro está aquí al lado de estas baldosas de color blanco nuclear, que voy a pasar mi vida comiendo y durmiendo fatal, y que me voy a aburrir como una ostra.
Hola mi nombre es Emilio Roca. Vivo en el barrio de Coslada, en la avenida Sanitarios número 21, 5º 2ª, la primera puerta a la derecha. Mi vida es un asco. La comida que me dan es repugnante, me despiertan a deshoras y mi única distracción es contar los granos que le van saliendo al humano de menor edad en el culo. Una situación humillante. Querría mudarme.
Mi primo, el Bañeras, dice que existe un lugar donde los humanos no existen. Un lugar donde cada uno de los lavabos tiene a su Pato WC personalizado que, cada cinco minutos, va refrescándole la boca, a modo de Smint, con sus chorritos verdes olor clorofila. Sueño cada día con ese lugar. Me encantaría poder viajar allí y salir a pasear. Me encanaría conocer a alguna lavaba con la que compartir mis penas pasadas y disfrutar de momentos inolvidables. Me encantaría…
Sé que eso no es posible. Tengo claro que mi futuro está aquí al lado de estas baldosas de color blanco nuclear, que voy a pasar mi vida comiendo y durmiendo fatal, y que me voy a aburrir como una ostra.
lunes, 2 de julio de 2007
Un raton con agallas

un ratón que luchaba por los derechos roedores. No era un ratón cualquiera. Pertenecía a la familia Mouse. Su hermano se había dedicado al cine y a él le había dado por algo más social. Pedro Mouse era su nombre.
Pedro había conseguido muchas cosas para y por los roedores. Había logrado, mediante una campaña muy fuerte de comunicación, que los humanos cambiaran sus hábitos y que en vez de poner lechuga en las trampas para roedores pusieran queso, proporcionando así un pequeño placer a estos antes de morir. También consiguió acabar con el tópico de que los escobazos eran la mejor forma de acabar con las ratas. Para conseguirlo, se hizo con la mayor empresa de ácido bórico de el mundo y con cada compra de una escoba regalaba una bolsita de este tóxico mata roedores. El nombre de esta acción no estuvo demasiado acertado -“la escoba para barrer y esta bolsita para el roer”- pero le fue bastante bien. Hace pocos meses ha presentado su última campaña a la industria cinematográfica. En ésta hace jurar a los grandes de Hollywood que en ninguna de sus próximas películas se van a oír frases como –¡ah, qué asco una rata!- o –¡mierda, un ratón!- y también a conseguido que vuelvan a instaurar la idea de que los pájaros son los malos de la película, para reducir la mortalidad de roedores en todo el mundo.
miércoles, 13 de junio de 2007
La cuchilla del sabado noche

una cuchilla de afeitar que no cortaba nada. Nadie en este mundo hacía su trabajo tan mal como esa cuchilla. Un día, desanimada por completo, estaba dispuesta a tirarse del lavamanos y acabar así con ese sufrimiento cuando alguien la llamó: Tss, tss!. Se giró y vio a uno de los cantantes de los Bee Gees; el del medio. Aburrida de la vida le preguntó que qué quería y el famoso falsete le respondió que nada en concreto. Que pasaba por ahí y que no podía entender como una cuchilla tan bonita podía estar a punto de suicidarse. Ella le explicó lo que sucedía. Le dijo que su dueño había dejado de utilizarla por su “minusvalía cuchillera” y que ella no podía soportarlo más. El joven cantante le dijo que no se preocupara, que la iba a adoptar y que lo acompañaría a todos sus conciertos. También le dijo que iba a ser la primera cuchilla de dos hojas que triunfara, que muchas con cinco hojas y vibración incorporada iban a estar muy celosas y que no siempre se debía desempeñar la función para la cuál se estaba creado.
martes, 12 de junio de 2007
Al abuelo
un niño que quería subir al cielo para ver a su abuelito. El niño perdió a su abuelo a los cinco años y desde la misma tarde del entierro se puso a construir una escalera. Cada día le iba añadiendo cinco escalones. A los diez años ya llevaba nueve mil ciento veinticinco metros. A los once; once mil tres-cientos veinte. Y así sucesivamente hasta llegar a los quince mil que fue la distancia a la cuál su abuelo le explicó que se encontraría una vez muriera. Aquel día Pedro estaba más nervioso de lo normal. Sus piernas no dejaban de moverse y con el sudor de sus manos, podría haber vuelto a llenar la balsa de su pueblo la cuál se secó un par de años atrás. Iba a ver a su abuelo. No podía creérselo.

Después de celebrar su decimoquinto cumpleaños, agarró su zurrón con agua y un par de Actimels –por si le bajaban las defensas-, le dijo a sus padres que iba a jugar al balón con Marcos de Ca’ la Jacinta y se dispuso a subir por su kilométrica escalera. Tubo que hacer noche en el escalón diez mil uno. Las fuerzas no le alcanzaron para más. Cuando empezaba a amanecer, el motor de un Airbus lo despertó. Cogió fuerzas con las “l-casei imunitas” y continuó adelante. Llegó sobre las dos del medio día. Ahí estaba su abuelo esperándole. Comieron juntos torradas con philadelphia y bebieron agua. Se despidieron y un par de horas el niño ya estaba abajo. Se tiró en un paracaídas que su abuelo le construyó mientras subía a verlo.

Después de celebrar su decimoquinto cumpleaños, agarró su zurrón con agua y un par de Actimels –por si le bajaban las defensas-, le dijo a sus padres que iba a jugar al balón con Marcos de Ca’ la Jacinta y se dispuso a subir por su kilométrica escalera. Tubo que hacer noche en el escalón diez mil uno. Las fuerzas no le alcanzaron para más. Cuando empezaba a amanecer, el motor de un Airbus lo despertó. Cogió fuerzas con las “l-casei imunitas” y continuó adelante. Llegó sobre las dos del medio día. Ahí estaba su abuelo esperándole. Comieron juntos torradas con philadelphia y bebieron agua. Se despidieron y un par de horas el niño ya estaba abajo. Se tiró en un paracaídas que su abuelo le construyó mientras subía a verlo.
jueves, 7 de junio de 2007
Las bragas de Geppetto

un armario que iba a ser incinerado en una hoguera de San Juan. Sus puertas estaban roñosas, su madera podrida y su moral por los suelos. Tenía dos cientos años y tres días y su padre había sido uno de los mejores ebanistas del mundo. Geppetto. Éste, antes de ser archiconocido, construyó un armario ropero al cuál le puso el nombre de Armochio.
Armochio había pasado una vida de perros. De mano en mano durante toda su vida. Y ahora que estaba tranquilo al lado de una abuelita, en la calle Felipe Armarios Quemados; a la hoguera. Es verdad que nunca había satisfecho las necesidades de sus dueños –había roto veinte matrimonios-, pero él no tenía la culpa. Lo suyo era un defecto de fabricación. Dos cientos años y tres días y aún no se explicaba porqué cuando oía: “nada cariño, estaba aquí desnuda esperándote”, una fuerza interior lo obligaba a abrir sus puertas de par en par y mostrar así, al hombre desnudo que ocultaba dentro.
lunes, 4 de junio de 2007

un bolígrafo azul que quería ser de color rojo. Decidió que debía acabarse para poder negociar con algún otro bolígrafo un cambio de tinta o, con algún calamar, un préstamo a corto plazo a devolver en un par de meses . Así lo hizo. Cuando lo acabaron, se dirigió a la pescadería más cercana a por el crédito. Como era de esperar, todos los calamares estaban muertos y como no tenía dinero para pagarse un viaje al mar, volvió desolado a su pote y se echó a llorar. Al cabo de cuarenta y cinco minutos, levantó el tapón y como por arte de magia vio a una escarlataza despampanante. Sin dilación alguna, le propuso a la encantadora “bolígrafa” el intercambio de fluido y ella, hechizada por su añil tapón, cayó rendida a su terso metacrilato.
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