
un bolígrafo azul que quería ser de color rojo. Decidió que debía acabarse para poder negociar con algún otro bolígrafo un cambio de tinta o, con algún calamar, un préstamo a corto plazo a devolver en un par de meses . Así lo hizo. Cuando lo acabaron, se dirigió a la pescadería más cercana a por el crédito. Como era de esperar, todos los calamares estaban muertos y como no tenía dinero para pagarse un viaje al mar, volvió desolado a su pote y se echó a llorar. Al cabo de cuarenta y cinco minutos, levantó el tapón y como por arte de magia vio a una escarlataza despampanante. Sin dilación alguna, le propuso a la encantadora “bolígrafa” el intercambio de fluido y ella, hechizada por su añil tapón, cayó rendida a su terso metacrilato.
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