
un armario que iba a ser incinerado en una hoguera de San Juan. Sus puertas estaban roñosas, su madera podrida y su moral por los suelos. Tenía dos cientos años y tres días y su padre había sido uno de los mejores ebanistas del mundo. Geppetto. Éste, antes de ser archiconocido, construyó un armario ropero al cuál le puso el nombre de Armochio.
Armochio había pasado una vida de perros. De mano en mano durante toda su vida. Y ahora que estaba tranquilo al lado de una abuelita, en la calle Felipe Armarios Quemados; a la hoguera. Es verdad que nunca había satisfecho las necesidades de sus dueños –había roto veinte matrimonios-, pero él no tenía la culpa. Lo suyo era un defecto de fabricación. Dos cientos años y tres días y aún no se explicaba porqué cuando oía: “nada cariño, estaba aquí desnuda esperándote”, una fuerza interior lo obligaba a abrir sus puertas de par en par y mostrar así, al hombre desnudo que ocultaba dentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario