
Después de celebrar su decimoquinto cumpleaños, agarró su zurrón con agua y un par de Actimels –por si le bajaban las defensas-, le dijo a sus padres que iba a jugar al balón con Marcos de Ca’ la Jacinta y se dispuso a subir por su kilométrica escalera. Tubo que hacer noche en el escalón diez mil uno. Las fuerzas no le alcanzaron para más. Cuando empezaba a amanecer, el motor de un Airbus lo despertó. Cogió fuerzas con las “l-casei imunitas” y continuó adelante. Llegó sobre las dos del medio día. Ahí estaba su abuelo esperándole. Comieron juntos torradas con philadelphia y bebieron agua. Se despidieron y un par de horas el niño ya estaba abajo. Se tiró en un paracaídas que su abuelo le construyó mientras subía a verlo.
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